Pensar la relación artepolítica, en esta nueva propuesta que hacemos en la Galería Pasaje 17, implica pensar una serie que está viva y en diálogos, y que, en esta nueva etapa del panorama político argentino y continental, lanza potentes e inquietantes desafíos.

El problema del poder es, más que nunca, la cuestión de la intimidad y de cuánto de esa intimidad podremos llegar a compartir, vueltos cada día más transparentes, observados, catalogados, radiografiados. 

Poder e intimidad, el doble juego; como vestido y desnudez, honor y vergüenza, como política y arte, dos esferas que se embarran en sus límites al querer incluirse. Así, lo uno y lo múltiple, lo abierto y lo cerrado, lo incesante y lo efímero, lo privado y lo público, siempre la tensión como operación superestructural que pareciera estar presente en toda lógica de la representación, de la que el arte es quizás hoy una de sus vías privilegiadas.

En este sentido, la instalación como paisaje espacial que inunda y reinventa el espacio participa de ese doble lado, potencia contradictoria que porta toda imagen. Por eso aquí elegimos tres propuestas que reordenan la lógica de la galería para ofrecernos tres modos de abordar la cuestión: desde el lenguaje verbal y los medios de comunicación, desde los símbolos patrios y la tradición, y desde la pena de muerte y la legalización de los bordes del poder, donde la política siempre se mancha con algo más que en su mera excepcionalidad de todo lo que termina siendo y no debería ser. 

Es así que hoy, una vez más, y en el marco de lo que muchos ya nombran neodemocracias, el arte pareciera reencontrarse con su vocación de señalar molestias, de decir de intentar decir lo innombrable, lo ominoso, de recordar lugares oscuros, de pretender mostrar lo opaco. Con cierto retumbarnos de la idea ranceriana de que el arte debe hacer siempre “política de lo anónimo”, devenir espacio para seguir debatiendo, intercambiando, filosofando, latiendo, amando, en situaciones que nos preserven como públicos, sea por metapolítca o por estética politizada, sea una vez más por lo sensible, donde algo en común pueda provocarnos y rescatemos el espacio estético como un lugar colectivo, de devenires más que de clausuras, de pensares y actuares, desde el afuera del arte pero dentro de su lógica.